sábado, 21 de diciembre de 2013

El avispero


Reflexión suelta (Roberto Pettinato, en Sumo, 2009. Fragmento)


(Cinco años después)
Volví a la casa de Ricardo y charlamos sobre la muerte de Luca.
El pelado, en sus últimos años, vivía en Alsina, más conocida como la Casa de Alsina o la casa en la que Luca me dijo, al firmar el último contrato con CBS por cuatro discos (que yo sabía que jamás grabaríamos): “En esa casa escucho cadenas que se arrastran en un sótano”.
Tiempo después nos enteramos de que ahí ocultaban esclavos en los tiempos de quién sabe qué. Con esa sola alucinación me di cuenta de que Luca no duraría mucho más. Entrabas a la casa y era una puerta de madera, las casas viejas que tienen una pared alta con una gran ventana al costado y la puerta tipo zaguán. Era la casa del Colorado Marcelo Arbiser, un afinador de pianos que antes vivía en otra casa, en Federico Lacroze, en la que tenías que sortear varios pianos para llegar a la cocina.
Bueno, siguiendo con la casa. Entrabas y a la izquierda estaba la pajarera de Luca, que no era otra cosa que el colchón. Un patio y la habitación del Colorado. Había otra gente viviendo ahí, botellas de ginebra que Luca acumulaba debajo de una escalera, cerca de una heladera Siam. Su cuarto consistía en una ventanita, el colchón y una mesita de luz con pequeñas cosas tiradas por ahí.
─ Recuerdo ─me dice Ricardo─ que Luca estaba ahí tirado con la mitad del cuerpo fuera del colchón. Con un pantalón y el resto en cuero, una pequeña sonrisa y medio barbudo. Un brazo lo tenía en la cintura y el otro al costado.  Una pulsera en la muñeca y alguna otra cosa colgadita. Me arrodillé en la cama. Estaba de mármol. Yo lo había tocado caliente, pero sin embargo estaba frío. Fui el primero en entrar al cuarto. Detrás entraron Timmy y Germán. Estaba en shock. Lo miraba y lo tocaba. Le tocaba el cuerpo y le ponía las manos arriba del pecho para que se caliente. Quería calentarlo porque me parecía que no tenía que estar tan frío. Quería proteger algo imposible. Estaba tan desprotegido, tirado ahí en la cama.
─ ¿Entonces?
─ Le digo a Ignacio, nuestro plomo: “Vamos a ponerlo arriba del colchón”. Y lo levantamos y quedó duro. No se movía. Estaba durísimo. Toda la espalda hundida como si la sangre se le hubiera bajado hacia el estómago. Me quedé ahí arriba hasta que llegaron los de la funeraria. Nadie sabía nada porque hasta la una de la mañana había estado bien. Todos estábamos llorando desconsoladamente.
─ ¿Nadie habló con “el ángel de la muerte”, la rubiecita?
─ Le tomé odio por haber escuchado antes que Luca dijo algo así como “Ella quiere que nos suicidemos”. Y se quedó con toda esa parte de la historia.
─ ¿Cuándo te contó eso?
─ Una vez, camino a Mar del Plata. Viajábamos y, mientras, yo miraba los cables que pasaban imaginándome la situación. Ahí me enteré de la idea del suicidio y de dónde estaba más o menos viviendo Luca…
Y así fue. Todos querían ocultar algo y la prensa ya estaba afuera de la casa.
─ Llegó la ambulancia─ continuó Ricardo─ y había periodistas por todos lados. Yo salí y un tipo me dice: “¿Acá es donde se murió el peladito éste, el cantante?”. Y yo le dije que no sabía nada, tratando de ocultar algo que era inocultable porque estaba todo el mundo esperando ahí para ver que pasaba. Estaba Nora Fish, gran amiga de Luca, muy mal, lloraba. Ella tenía buena onda y le dije “¿Qué te pasa?”. Y me dijo: “Es mi culpa...porque él anoche me llamó y me dijo que se sentía muy solo, y le dije que era un hijo de puta y por toda esta cosa de mina pelotuda no vine a ayudarlo”.

(Tiempo presente)
 No hace tanto tiempo soñé con Luca: la más tremenda y agradable de las pesadillas. Luca volvía a la Tierra, a la vida y al escenario.
No fue en el medio de la noche que me desperté. Muy por el contrario. A la mañana corrí a la máquina de escribir y me lo conté para no olvidarlo.
Era desesperante. Estábamos tocando una suerte de homenaje por su muerte. Esto es algo que siempre pensamos todos al mismo tiempo cada vez que llega diciembre. Ni siquiera necesito corroborarlo con los demás. Todos sentimos la necesidad de unirnos, volver a la casa de alguno, planear un show, una gira, un disco, algo, para después dejarlo en el olvido.
Pero en este sueño tocábamos, finalmente. Miro a un costado del escenario y entre las cortinas y los parlantes está Luca, que me llama con la mirada como si me dijera: “¿Entro ahora?”
Mi desconcierto es abismal. No entiendo qué pasa. No entiendo porqué está ahí. Siento en todo el cuerpo una fuerte opresión, entre alegría, angustia y no saber qué hacer. Entiendo, claramente y no en forma inconsciente sino real, que esto no puede suceder. No es posible que aparezca sobre un escenario. Lo increíble es que no me sorprendo ni me asusto. Es normal para mí como lo hubiese sido para cualquier integrante del grupo. Luca volvió y ése no es el problema, sino que experimento una suerte de apuro por desentrañar  un enjambre mental de palabras y explicaciones racionales que debo dar al público para decir: “Y ahora…amigos de siempre…Aquí está…Es él…¡Luca Prodan!”.
Voy detrás de bambalinas y lo abrazo. Lo miro y le digo: “Luca, esto no puede ser. No podés volver. Estás muerto y sería una locura para todo el mundo. No puede aparecer un muerto ´viviendo´, así como así. No podés entrar ahora”.
Luca insiste y me recuerda que estuvimos juntos en un viaje en donde tres montañas de varios paisajes de distintos continentes nos habían unido y que una grieta gigante las dividía al mismo tiempo que aparecían ante nuestros ojos completamente pegadas como un collage de montañas invertidas sin solución de continuidad. No entiendo qué me quiere decir. Insiste en subir al escenario. En el mismo sueño me veo presentándolo, al mismo tiempo que esa escena no está sucediendo. Otra zona de mi mente activa la necesidad de hacerlo para el bien de todos.
Me despierto.
Nos llamamos un día con Ricardo. Uno le dice al otro y el otro confirma lo mismo:

“¿Sabés qué? Anoche soñé con Luca”.