domingo, 6 de abril de 2014

El avispero


Pozo de zorro (Mario Paulela, en Premio Nacional de Literatura 2003, SADE Tres de Febrero)

Es el frío. Lo que mata es el frío. Y el viento, que no para nunca y se te mete por todas partes, como si fuera un montón de ratas. El fondo del pozo está lleno de agua. Acá la tierra tiene el agua ahí nomás, a menos de dos metros. Debe ser así, porque estos días no estuvo lloviendo tanto y sin embargo tengo los pies metidos en el agua helada y ya desde hoy a la madrugada que no siento los dedos. Los tengo como entumecidos y cuando los quiero mover, o no me doy cuenta de que los muevo o se quedan ahí quietitos, porque yo no siento nada. Cuando me vea el médico le voy a decir que me revise bien, porque tengo miedo de quedar rengo o algo así. No quisiera quedar rengo: todos te cargan. Yo lo sé bien. Si lo habré cargado a Julito, el rengo del pueblo. Lo volvíamos loco. Pata ´e trapo, le decíamos. Y el pobre te rajaba una puteada y nada más porque ¿qué iba a hacer si no te podía correr? No, yo rengo no quiero volver. Hasta hoy a la mañana movía cada tanto los pies, para no entumecerme, pero ahora estoy como cansado y no tengo ganas. Y encima no puedo dejar de bostezar. Entre los bostezos y los escalofríos debo parecer un espástico. Qué cagada. Si saliera un poquito el sol, pero acá está siempre nublado y este viento de mierda que no para nunca. Yo no sé cómo vive la gente de por acá. Deben estar acostumbrados, pero lo que es yo, allá en mi pueblo nunca he pasado este frío. Ni en mis sueños me imaginé un frío igual. Es como cuando me imaginaba el mar, que para mí siempre era como lo había visto en una postal, así, azul y quieto. Y cuando vine acá me encontré con que es verde y está siempre tan embravecido que te congela de miedo. Y ves los barcos, que se sacuden como si fueran juguetes y suben y bajan, y vos pensás pobres los tipos que van ahí arriba, cuando parece que se van a hundir de tanto que se zarandean y el agua les pasa por encima como si se los fuese a tragar. Por eso yo estoy contento de estar en tierra. Y pensar que, pobre vieja, el otro día me escribió que cuando todo esto termine vamos a ir todos de vacaciones a Mar del Plata. Yo no le puse nada de eso en la carta porque la pobre se pone muy mal, pero al mar me parece que no vuelvo ni loco.

Cómo me duelen las piernas. Estoy parado hace tanto que las siento como si fueran de otro. Lo único bueno es que ya amaneció, aunque en el fondo da lo mismo porque es un día oscuro. Estoy apretujado contra un lado del pozo y ya no sé para donde mirar, porque no quiero mirarlo a Hernán. Está ahí, contra el otro costado, como acuclillado y quedó con la vista clavada en mí. Ya debe hacer más de doce horas que murió pero yo no lo toqué ni una vez. Lo dejé así nomás, donde quedó. Estábamos silbando esa de Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris y de pronto se sacudió y se llevó las manos al cuello, y se fue sentando despacio y quedó así, a medio camino, apoyado contra la pared del pozo, mirándome pero sin hablar. Y yo le dije Hernán, no te mueras, Hernán. Pero él me miró como si no entendiera lo que le estaba pasando y se quedó quieto, con la sangre que le salía y le salía del cuello. Y yo le grité fue una bala perdida, Hernán. No nos están atacando. Pero era algo de lo que me quería convencer a mí mismo, más que al pobre que ya estaba muerto y me miraba fijo. Y yo estuve llorando y así estuve toda la noche, porque Hernán no se tenía que morir, porque era de Tres Arroyos y tenía una novia y ayer le había escrito la mamá diciéndole que lo extrañaba mucho y él se pensaba comprar una moto para recorrer todo el país. Vamos a recorrerlo juntos, negrito, me decía. Vos y yo en la moto ¿eh?



Mejor que amaneció. Durante toda la noche tuve miedo de estar en el pozo con Hernán.
Hasta anoche Hernán estaba igualito que siempre, pero ahora a la mañana la cara le cambió y parece otra persona. Por eso no lo quiero mirar. Porque le cambió la cara. Y los ojos ya no me miran fijo. No miran nada, son como los de un pescado. Y está muy blanco. Ya no es Hernán. Es otro. Y me da miedo.
Nadie viene. Nos dijeron que nos iban a relevar a las cinco de la mañana pero algo debe haber pasado, porque no viene nadie y salvo por el viento, no se oye nada, como si estuviésemos en otro planeta ¿Y si se rindieron y me dejaron olvidado? Me quisiera ir de acá. Pero no puedo. Y encima no siento los pies. Ojalá me releven pronto para ver al médico, porque no quiero tener problemas. Uy, los morteros. Esos sí que suenan cerca. Empezaron de nuevo. Ayer se escuchaban lejos y ahora están acá nomás. A cada sacudida, el agua del fondo del pozo hace onditas. Están cerca. Y no viene nadie. Díos mío, qué miedo tengo. Oigo el repicar de las ametralladoras. Es increíble, pero todavía les tengo miedo a las armas, después de casi tres meses. Es que nunca había visto una siquiera de cerca. Desde anoche me pregunto si a Hernán no lo mataron los gringos, si no habrá sido una bala nuestra que algún boludo disparó sin querer. No me deja de dar vueltas en la cabeza. Aunque saber si fue una bala argentina o inglesa no va a cambiar que Hernán está ahí muerto, convirtiéndose en otra cosa. Pero no puedo dejar de pensarlo. La verdad es que apenas si levanto la cabeza por el borde del pozo. Yo siempre pensé que la muerte era para los viejos y ahora la tengo tan cerca que me da vueltas alrededor como si estuviera bailando. Y además siempre pensé que uno tendría tiempo para prepararse, no sé, como hacerse a la idea o verla venir. Pero Hernán no la vio venir. Capaz ni sabe que está muerto, porque pasó tan rápido que no se dio cuenta. Pensar que hablábamos tanto de eso. Cuando estás acá no se puede hablar de otra cosa. En la ranchada, cuando nos pasábamos un cigarrillo después de comer, siempre salía el tema. Y uno siempre piensa que es inmortal. Que la muerte es para los otros. O pensábamos que no iba a pasar nada. Eso. Cuando recién llegamos, nos dijeron ustedes tranquilos que no va a pasar nada. Los ingleses no van a venir. Si Galtieri ya arregló todo con los yanquis. Vas a ver que nos cagamos de frío unos días y nos volvemos. Y yo pensé vuelvo al pueblo y con el uniforme nomás me gano a todas las minas. Y encima veterano de guerra. Tomá, se me iban a tirar todas encima. Che, cómo me duelen las piernas ¿Y si quedo rengo? No me aguanto el frío. Hace un rato le saqué los guantes a Hernán. Tenía las manos duras como si fueran de hielo y casi no se los pude sacar. Me dio una impresión tocarlo. Parece una estatua de mármol. La carne está rígida y adentro parece rellena de arena húmeda. Yo nunca había tocado un muerto. Es asqueroso, pero los guantes me vienen bien, porque tengo las manos heladas y parece que tuviera el FAL pegado. Me acuerdo qué calor hacía en el pueblo cuando nos trajeron para acá. Estaban todos en la vereda del cuartel agitando banderas y por más que era abril todavía hacía calor, pero Corrientes es siempre así. Y gritaban los vamos a reventar y viva la patria carajo y el abuelo me abrazó y me dijo estoy orgulloso de usted, tráigame al volver las orejas de un inglés. Qué cosa este abuelo, tan patriota, al verme con el uniforme y saber que me traían para acá se puso tan contento. Mamá lloraba, pero el pueblo y todos los muchachos del pueblo estaban a los gritos. Viva la patria, gritaban.

Acá es tan diferente. O es que tengo tanto miedo. Siempre había pensado que en la guerra todos los hombres son valientes, pero lo veo a Hernán ahí, medio acuclillado en la otra punta del pozo y tengo tanto miedo. Tengo miedo de ser como él, de no volver más a casa, de que la cara se me ponga distinta y las manos como hielo. Tengo tanto miedo de estar muerto. Y nadie viene. Si nos tenían que relevar a las cinco y ya debe ser mucho más de esa hora. Ayer nos decían que la orden era replegarse hacia Puerto Argentino, que Menéndez se va a rendir. Se terminó todo, ya. Por mí mejor. Ya no aguanto más el frío. Y esos morteros que no dejan de caer. Cada vez que oigo uno siento que se me corta la respiración. Y encima no siento los pies. Ojalá que el doctor me vea pronto. Porque no quiero quedar mal con las piernas. Quiero seguir jugando al fútbol y andando en bici. No quiero pensar en eso ¿Cómo era la letra? Y cuando pasó el tiempo, alguien se preguntó, adónde fue a parar Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris…caminaba por la calle mayor…

¿Y esas voces? Será el relevo. Pero no, si vienen del otro lado, aunque el viento éste te confunde ¿Qué dicen? No llego a entender y no puedo gritar para darme a conocer, porque puede ser el enemigo. Y si son los nuestros, igual, porque si me mando una cagada me encajan un arresto…

Hablan en inglés. Son los gringos. Ahí están. Mirá ese rubio de pecas. Debe ser más o menos como yo. No sé qué me dice, pero grita y me señala algo. No le entiendo. Mejor tiro el FAL, a ver si piensa que lo quiero atacar ¿Cuántos son? ¿Tres, cuatro? El rubio sigue gritando ¡No te entiendo, hermano! ¿Qué querés que le haga? ¡Levanté las manos! ¡Me rindo! ¿No lo ves? Tengo un compañero muerto acá en el pozo y no me puedo mover. No me responden las piernas. No me apuntés, si no ves que estoy tratando de salir. No me apuntés así, la puta que te parió. No me